Bien, ya basta de silencio. Me arden los dedos por escribir alguna tontera.
– Oye, quizá deberías hacerlo con más cariño.
– Mira, cuando me dicen lo que tengo que hacer, yo les digo que se metan un dedo en culo y que griten FUEGOOOO!
Medicina interna. Internal Medicine. El último semestre de la carrera. El último internado. The last season con el mismo cast de antaño y con una estrella invitada. Vaya, vaya.
– Y tú, ¿qué haces aquí?
– Bueno, hicimos un sorteo y me tocó el número premiado
Así fue como llegué al Hospital Metropolitano. El único interno. Lindo lugar, lleno de juventud y cosas exóticas y centroamericanas, porque contando al becado y a mí, seríamos los únicos (casi) médicos chilenos del servicio.
Y tal vez es demasiada responsabilidad para un simple interno. Los diagnósticos, los exámenes, los tratamientos… yo mando, aunque firme con el nombre de otro. El miedo a cagarla lo impregna todo de hediondez.
Un miedo que conduce a la excelencia.
Un viejo que firma él mismo su orden de «no reanimar».
Una vieja que se muere a la hora después de verla y examinarla y de haber escrito en la ficha clínica «paciente en buenas condiciones generales».
Un señor que pregunta por su mamá de 99 años, y yo le digo que espere lo mejor pero que se prepare para lo peor. Y hoy, a las 10:33 am, la señora pasa a mejor vida. Y la muerte y la hora fueron consignadas directamente desde mi puño y letra.
Una kinesióloga que me trata de «usted» y que se empeña en machacar a los pacientes.
Una paciente de 21 años con los riñones hechos mierda, en diálisis, y lo único que atino a decirle es que la vida es una mierda. Que esto es un trámite para que vengan tiempos mejores.
Vendrán tiempos mejores.
Vendrán… ¿cierto?
– Este paciente tiene el LET firmado por un familiar.
– LET? Limitación del esfuerzo terapéutico?
– Si.
– O sea… si se va a la mierda, ¿sólo nos vamos a sentar a mirar?
Medidas contemplativas ad hoc.